Autor: admin

El florero de porcelana

El Gran Maestro y el Guardián se dividían la administración de un monasterio Zen. Cierto día, el Guardián murió y fue preciso substituirlo. El Gran Maestro reunió a todos los discípulos para escoger quién tendría la honra de trabajar directamente a su lado. – Voy a presentarles un problema -dijo el Gran Maestro- y aquél que lo resuelva primero, será el nuevo guardián del Templo. Terminado su corto discurso, colocó un banquito en el centro de la sala. Encima estaba un florero de porcelana seguramente carísimo, con una rosa roja que lo decoraba. – Éste es el problema -dice el Gran Maestro -resuélvanlo-. Los discípulos contemplaron perplejos el «problema», por lo que veían los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma? Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el «problema», hasta que uno de los discípulos se levantó, miró al maestro y a los alumnos, caminó resolutamente hasta el florero y lo tiró al suelo, destruyéndolo. – Al fin alguien que lo hizo!!! – Exclamó el Gran Maestro- Empezaba a dudar de la formación que les hemos dado en todos estos años !!, Usted es el nuevo guardián. Al volver a su lugar el alumno, el Gran Maestro explicó: – Yo fui bien claro: dije que ustedes...

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Un orificio en la lancha

Un hombre fue llamado a la playa para pintar una lancha. Trajo con él pintura, pinceles y brochas, y comenzó a pintar la lancha de un color rojo brillante, pues así fue contratado para hacerlo. Mientras pintaba, verificó que la pintura estaba pasando por el fondo de la lancha.  Percibió que había un orificio, y decidió repararlo. Cuando terminó la pintura, recibió su dinero y se fue. Al día siguiente, el propietario de la lancha buscó al pintor y le regaló un bello cheque. El pintor quedó sorprendido: – El señor ya me pagó por la pintura de la lancha! – Mi querido amigo, déjeme explicarle. Déjeme contarlo lo que sucedió. Cuando le pedí que pintar a la lancha, olvidé hablarle del orificio. Cuando la lancha se secó, mis hijos subieron y salieron de pesca. Yo no estaba en casa en aquel momento. Cuando volví y me di cuenta que habían salido con la lancha, quedé desesperado, pues recordé que la lancha tenía un agujero. Imagine mi alivio y alegría cuando los vi retornando sanos y salvos. Entonces, cuidadosamente examiné el barco y constaté que usted lo había reparado! – ¿Se da ahora cuenta de lo que hizo? Salvó la vida de mis hijos! Usted lo hizo porque fue más allá de lo que se le pidió. Hizo más de lo que tenía que hacer. – Muchas Gracias. –...

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La alegoría del carruaje

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: -Salí a la calle que hay un regalo para vos. Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo, justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy «chic». Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo… todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más. Entonces miro por la ventana y veo «el paisaje»: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino… y digo: «¡Qué bárbaro este regalo! «¡Qué bien, qué lindo…!»  Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación. Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo. Me pregunto: «¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?» Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada. De eso me ando...

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Discurso de Steve Jobs en Stanford

Gracias. Tengo el honor de estar hoy aquí con vosotros en vuestro comienzo en una de las mejores universidades del mundo. La verdad sea dicha, yo nunca me gradué. A decir verdad, esto es lo más cerca que jamás he estado de una graduación universitaria. Hoy os quiero contar tres historias de mi vida. Nada especial. Sólo tres historias. La primera historia versa sobre «conectar los puntos». Dejé la Universidad de Reed tras los seis primeros meses, pero después seguí vagando por allí otros dieciocho meses, más o menos, antes de dejarlo del todo. Entonces, ¿por qué lo dejé? Comenzó antes de que yo naciera. Mi madre biológica era una estudiante joven y soltera, y decidió darme en adopción. Ella tenía muy claro que quienes me adoptaran tendrían que ser titulados universitarios, de modo que todo se preparó para que fuese adoptado al nacer por un abogado y su mujer. Solo que cuando yo nací decidieron en el último momento que lo que de verdad querían era una niña. Así que mis padres, que estaban en lista de espera, recibieron una llamada a medianoche preguntando: «Tenemos un niño no esperado; ¿lo queréis?” “Por supuesto”, dijeron ellos. Mi madre biológica se enteró de que mi madre no tenía titulación universitaria, y que mi padre ni siquiera había terminado el bachillerato, así que se negó a firmar los documentos de adopción....

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Globos

Un niño negro contemplaba extasiado al vendedor de globos en la feria del pueblo. El pueblo era pequeño y el vendedor había llegado pocos días atrás, por lo tanto no era una persona conocida… En pocos días la gente se dio cuenta de que era un excelente vendedor ya que usaba una técnica muy singular que lograba captar la atención de niños y grandes. En un momento soltó un globo rojo y toda la gente, especialmente los potenciales, pequeños clientes, miraron como el globo remontaba vuelo hacia el cielo. Luego soltó un globo azul, después uno verde, después uno amarillo, uno blanco… Todos ellos remontaron vuelo al igual que el globo rojo… El niño negro, sin embargo, miraba fijamente sin desviar su atención un globo negro que aún sostenía el vendedor en su mano. Finalmente decidió acercarse y le preguntó al vendedor: – Señor, si soltara usted el globo negro. ¿Subiría tan alto como los demás? El vendedor sonrió comprensivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: – No es el color lo que hace subir, hijo. Es lo que hay...

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