El verdadero silencio, como la inmensidad del espacio, no se puede comprender con el pensamiento. El silencio posee muchas cualidades.
Existe el silencio entre dos ruidos, el silencio entre dos notas musicales y el silencio que se expande en el intervalo entre dos pensamientos. Existe, también, un silencio peculiar, sosegado, penetrante, que emana de un atardecer en el campo; está el silencio a través del cual se oye el ladrido de un perro que llega desde la distancia, o el silbido de un tren; existe el silencio de una casa cuando todo el mundo duerme, y su peculiar intensidad cuando uno se despierta a medianoche. Está el silencio de una vieja casa desierta, el silencio de la montaña y el silencio que comparten dos seres humanos cuando ambos han visto lo mismo, han sentido lo mismo y han actuado.
Hay un silencio de la mente que ni el ruido ni el pensamiento pueden tocar. Este silencio es inocente y por tanto infinito. Cuando existe ese silencio en la mente surge de él una acción, y esa acción no genera confusión ni desdicha. La meditación de una mente que está en completo silencio es la bendición que el ser humano siempre ha buscado. Ese silencio contiene todas las cualidades del silencio.
Existe ese extraño silencio que reina en un templo o en una ermita vacía lejos del ruido de turistas y adoradores y el pesado silencio que yace sobre las aguas y que forma parte de aquello que está lejos del silencio de la mente. La mente meditativa fluye en ese silencio y el amor es la forma como se expresa. En ese silencio hay alegría y bienaventuranza…
El pensamiento no puede comprender ni explicarse a sí mismo qué es el espacio. Cualquier cosa que el pensamiento formule estará dentro de los límites de sus propias fronteras y obviamente, ese no es el espacio donde la meditación pueda darse. El pensamiento siempre tiene un horizonte, la mente meditativa no la tiene. La mente no puede pasar de lo limitado a lo inmenso, ni puede transformar lo limitado en ilimitado; lo uno tiene que cesar para que lo otro sea. La meditación consiste en abrir la puerta a una inmensidad que no es posible imaginar ni especular sobre ella.
La meditación es ir más allá del pensamiento. El silencio y la inmensidad van juntos, y la inmensidad del silencio es la inmensidad de una mente sin pensamiento. La percepción de este espacio y del silencio, no es cosa del pensamiento, porque el pensamiento solo puede percibir sus propias proyecciones; y cuando las reconoce, esa es su propia limitación.
Extraído del libro "Relación y amor, la verdadera revolución" Jiddu Krishnamurti
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