Maestro y aprendiz caminaban por un sendero que entre los pinos pasaba muy cerca del mar. El aprendiz reflexionaba sobre las enseñanzas que ese anciano con cara de niño le había estado inculcando en los últimos días, y una pregunta tomó forma:
-Maestro, ¿Para que sirven los sueños?
El Maestro continuó caminando sin girar la cabeza ni contestar y dirigió sus paso hacia una playa cercana, mientras el aprendiz le seguía le invadía el miedo de una pregunta desafortunada, pero sabía que no deben hacerse suposiciones, y que no mucho tiempo después algo sucedería para desvelar esa incógnita, así que pacientemente, siguió los pasos de su mentor.
Llegaron a la orilla de la playa, donde a escasos metros la espuma delimitaba el mar y comenzaba la tierra, el Maestro se giró hacia su aprendiz y dijo:
“Los Sueños son como el mar, y la realidad es la tierra que pisamos. Debes disfrutar de la orilla y mojar tus pies con ellos, porque eso te enriquecerá como persona y te hará mejor, pero con cuidado de no meterte tan dentro del mar que puedas perder de vista la realidad y ahogarte. Por maravillosa que sea la tierra que tus pies tengan debajo, el mar es necesario para avivar la llama de nuestro espíritu, y la tierra imprescindible para que nuestra mente conserve el rumbo y no vaya a la deriva, como todo en esta vida… es cuestión de un punto medio.
Todos necesitamos frecuentar la orilla, es básico para que sigamos siendo humanos… y si nos alejamos demasiado tiempo corremos el riesgo de secarnos.
Es tal la relación entre el simil que te he planteado y el mar, que todos los que hemos visto esas maravillosas llanuras de agua y azul las necesitamos formando parte de nuestras vidas, y quienes aún no las han conocido escuchan su llamada en la distancia… y es que no hay nada tan bonito como todos tus sueños bailando juntos, hasta que llegan a tu orilla para hacerse realidad.
El aprendiz giró la cabeza hacia el mar, y sonrió.