“Cuando tengan doce años, les contaré el secreto de la vida“, decía un campesino a sus hijos cuando eran pequeños.
Los niños, intrigados por la aseveración, esperaban pacientemente hasta que cumplían la edad acordada.
El día del décimosegundo aniversario de cada uno de los muchachos, el padre los apartaba y les hacía prometer que no revelarían el secreto a los demás hermanos. Los llevaba al establo, deteniéndose frente a la vaca de la familia, y susurraba en el oído del cumpleañero: “El secreto de la vida es que la vaca no da leche”.
“¿Qué es lo que dices?”, preguntaba incrédulo el muchacho. “Si todas las mañanas vemos cómo llegas a la casa con un gran balde de leche después de estar con la vaca”.
“Tal como lo escuchas, hijo”, respondía el hombre mayor. “La vaca no da leche. Tienes que levantarte a las cuatro de la mañana todos los días. Todos. Sales al campo, caminas por el corral lleno de excremento, te acercas a la vaca, le atas la cola y las patas. Luego te sientas en el banquito, colocas un balde y comienzas la ordeña. Ese es el secreto de la vida: la vaca, la cabra, la oveja no dan leche. O las ordeñas o no la dan”.
“Hay quienes piensan que las vacas dan la leche. Que las cosas son automáticas y gratuitas. No. La vida no es cuestión de desear, pedir y obtener. Las cosas que uno recibe son el esfuerzo de lo que uno hace. La ausencia de esfuerzo genera frustración”.
Comentarios recientes