La mayoría de las personas, todas las del rebaño,
no han saboreado nunca la soledad.
Se separaron un día del padre y de la madre,
pero sólo para acercarse a una mujer y
sumergirse enseguida en un nuevo nido de calor y familiaridad.
Nunca están solos y a solas,
nunca hablan consigo mismas.
Y al solitario que se cruza en su camino
le temen y le odian como a la peste,
le arrojan piedras y no se tranquilizan
hasta que están bien lejos de él.
Porque al solitario le envuelve un aire
que huele a estrellas y al frío de los espacios siderales,
y le falta todo ese aroma encantador y cálido a hogar y nido.
Herman Hesse
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