Un maestro terminó el encuentro con sus discípulos diciéndoles:
Recuerden siempre “descalzarse para entrar en el otro”.
Y uno de los jóvenes se acercó y le preguntó:
¿Maestro, qué significa esa expresión?
Éste le respondió:
¡Vivamos la experiencia para comprenderla!
Organizaron una caminata descalza y atentos a las sensaciones que aparecían al andar de ese modo. El muchacho inmediatamente experimentó una resistencia, no quería ensuciarse. Le resultaba más seguro andar calzado, por la comodidad y el temor a lo raro o inesperado que apareciera. Necesitaba mirar a cada paso lo que tocaba, estar atento al lugar donde iba a poner el pie. Advirtió, cómo descalzo podía descubrir las alternativas del terreno que pisaba, distinguir lo húmedo y lo seco del pasto, de la tierra. Pudo notar también como descalzo, caminaba más lentamente, no usaba su ritmo habitual, sino tratando de pisar suavemente. Donde las zapatillas habían dejado marcas, el pie no las dejaba. El grupo hizo un alto en el camino y compartieron lo registrado.
Para terminar, el Maestro dijo:
Cada persona es un milagro de la vida, cada uno de nosotros somos un milagro de la vida. Nuestro interior, nuestro corazón es un lugar sagrado y el del otro lo es también.
El discípulo comprendió de cuántas cosas del interior de los demás se le pasaban por alto, desconocía o no las tenía en cuenta por entrar calzado, con la mirada puesta en sí mismo o disperso en múltiples cosas. Después de éste recorrido pudo entender claramente la expresión del Maestro, y que descalzarse es entrar sin prejuicios, sin pre conceptos, de una manera despojada y abierta al sentir. Es entrar con respeto, con cuidado y amorosidad, sin esperar una respuesta determinada, entrar sin intereses, despojado del propio calzado.
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