Definitivo, como todo lo que es simple: Nuestro dolor no viene de las cosas vividas, sino de las cosas que fueron soñadas y que no se cumplieron.
¿Por qué sufrimos tanto por amor? Lo correcto sería que la gente no sufra, apenas agradecer por haber conocido una persona tan linda, que generó en nosotros un sentimiento intenso y que nos hizo compañía por un tiempo razonable, un tiempo feliz.
Porque automáticamente olvidamos lo que fue disfrutado y comenzamos a sufrir por nuestras proyecciones irrealizadas, por todas las ciudades que nos hubiera gustado conocer al lado de nuestro amor, y no conocimos, por todos los hijos que nos hubiera gustado tener juntos y no tuvimos, por todos los espectáculos, libros y silencios que nos hubiera gustado de haber compartido y no compartimos. Por todos los besos cancelados, por la eternidad.
Sufrimos, no porque nuestro trabajo es desgastante y paga poco, sino por todas las horas libres que dejamos de tener para ir al cine, para conversar con un amigo, para nadar, para enamorar.
Sufrimos, no porque nuestra madre es impaciente con nosotros, sino por todos los momentos en que podríamos estar confidenciando con ella, nuestras más profundas angustias y ella estuviese interesada en comprendernos.
Sufrimos, no porque nuestro equipo perdió, sino por la euforia perdida.
Sufrimos no porque envejecemos, sino porque el futuro nos está siendo confiscado, impidiendo así que mil aventuras nos sucedan, todas aquellas con las cuales soñamos y nunca llegamos a tener.
¿Cómo aliviar el dolor de lo que no fue vivido?
La respuesta es simple como un verso:
Cada día que vivo, me convenzo más de que el desperdicio de la vida está en el amor que no damos, en las fuerzas que no usamos, en la prudencia egoísta que nada arriesga, y que, esquivándose del sufrimiento, hace perder también la felicidad.
Carlos Drummond de Andrade
Excelente enfoque de una temática que desde nuestros conceptos erróneos pareciera irremediablemente unida a la condición humana; y sin embargo no se condice con el criterio de la naturaleza que propende a la evolución armónica y equilibrada.
Por cierto, que tal como lo expresa el texto, el dolor no está en la vivencia en sí, sino en esa «otra realidad que proyectamos» sustentada por nuestros preconceptos y enraizada en esos preceptos aprendidos y transmitidos.
De hecho, tendemos a permanecer «dormidos» entre el dolor del pasado y el temor del futuro; y en ese «No estar PRESENTE» desgastamos el Don MAGICO que implica la experiencia de VIVIR.