«Seremos aquello en lo que pensamos más a menudo».
El mundo ha cambiado en los últimos tiempos, se ha acelerado. Deseamos el éxito inmediato, el dinero inmediato y el placer inmediato. El mundo se presenta ante nosotros como unos grandes almacenes: rincones exóticos para disfrutar, parques temáticos donde vivir experiencias inimaginables, viajes espaciales para multimillonarios caprichosos, etc.
Y es que la gente busca la felicidad a través del placer y de las grandes aventuras; la busca como algo que está, o debe estar, en alguna parte, fuera de sí. La felicidad es la eterna buscada, se corre tras ella, se la persigue y sin embargo es la eterna desconocida.
Según los hedonistas la felicidad se consigue a través del placer, para los estoicos la felicidad se asociaba al control del dolor y las pasiones. Para los maestros de la filosofía griega (Platón, Aristóteles y Sócrates) la felicidad se experimentaba a través de la razón.
¡Con la definición hemos topado! ¿Quiénes tienen razón? ¿Qué es la felicidad? ¿Dónde se encuentra? ¿A través de qué se consigue? ¿Se asienta la felicidad en el poder, en la fama, en el dinero?
Es evidente que sin bienestar es difícil experimentar la felicidad, pero, también es evidente, que el simple disfrute no la garantiza.
El dinero puede facilitar el bienestar, no cabe duda, sin embargo existen no pocos casos de «vacío existencial» en personas sobradamente instaladas en el plácido bienestar.
Algo debe haber, por tanto, además del bienestar para experimentar la felicidad. La propia dinámica personal realizadora del individuo es la clave, el artificio cognitivo fundamental para ser o no feliz.
La felicidad depende, en última instancia, de cómo vivimos las cosas.
Los hedonistas no estaban descaminados, la vivencia del placer es algo muy agradable (a menos que seamos masoquistas) pero el placer, por sí solo, no garantiza la felicidad, sin embargo una sombra de nuestra sociedad actual es la búsqueda desmedida e inmediata del placer, a través de quien sea y de lo que sea.
Se nos olvida la clave y ésta está, tal como señalaron los pensadores griegos, en la razón, porque, en última instancia, la razón es la base de un pensamiento lógico, constructivo, capaz de guiarnos a la hora de interpretar el mundo y nuestras necesidades, capaz de conformar individuos autorrealizados y, como consecuencia, más felices.
Y es que la felicidad no está en ninguna parte, en ningún lugar; si corres tras ella jamás la alcanzarás. No existe distancia entre nosotros y la felicidad, nuestra percepción es la clave.
Dicho en palabras de Aldous Huxley: «La experiencia no está en lo que sucede sino en lo que hacemos con lo que sucede».
La felicidad estará disponible en nuestras vidas simple y llanamente en el momento en que verdaderamente deseemos experimentarla. Tiene que ver con el ahora, no con lo que seré o tendré en el futuro. Tiene que ver con nuestra forma de viajar, no con el destino final.
Ahora mismo he de sentirme feliz por tener el privilegio de hacerte partícipe de estas ideas, a la vez que me las recuerdo, por estar escribiendo a la vez que escucho mi música favorita. Este momento jamás volverá a repetirse, así que sonrío, respiro profundamente y me siento feliz. Es mi «ahora», mañana quizá tenga más cosas, quizá alcance más éxito o quizá me feliciten aquellos para quienes trabajo. También puede ocurrir que no sea así, puede ocurrir una desgracia en mi vida, puede que me muera o que me estampe contra un coche y me tenga que apañar en una silla de ruedas. Así que este «ahora», este momento de oro es único, irrepetible y por tanto pleno.
Por tanto me lo planteo de la siguiente manera: Soy feliz porque no tengo dolores ni enfermedades (estoicos), soy feliz porque puedo disfrutar de unos cuantos momentos que defino como placenteros (hedonistas) y además soy feliz porque así lo creo, estimo y defino (razón).
No esperes algo diferente, ni más espectacular, ni más deslumbrante. Vive sencilla y plenamente el presente, el «ahora».
El número de mañanas es limitado.
Raquel Buznego Placer, felicidad y utopía
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