– ¿No pones la radio?.

– No creas que no lo sé.

– ¿El qué sabes?.

– Que te acuestas con Morsa.

– ¿Y a ti quién te ha dicho eso?.

– Nadie, porque no ha hecho falta. Esas cosas se ven, se intuyen en la cara de la gente. En la piel que está mas hidratada. El olor hormonal.

– ¡Qué dices hombre, qué dices!.

– Yo también me siento sola, ¿sabes? Y…necesito cariño. Y a veces la gente pues bueno pues, que necesita el contacto con otro ser humano.

– Yo soy un ser humano.

– Ya sabes a lo que me refiero Milagros.

– No, no lo sé. Yo lo único que sé es que estás enrollada con él.

– Bueno vale, ¿y qué, qué?.

– Ahhh.

– Pero eso no significa que sea el hombre de mi vida. Mira ni si quiera sé si me voy a volver a costar con él, teniendo en cuentas lo bocazas que es. Además yo no sé porque coño te tengo que dar a ti explicaciones, ni que fueras mi padre o mi mi marido.

– Tu amiga, tu amiga íntima. Y las amigas se cuentan las cosas. Lo que pasa es que tú lo quieres todo. Tú buscas en la gente una perfección que no existe, que la primera que no la tienes eres tú. Si te lo dice hasta tu madre.

– Mi madre ya no dice nada.

– Bueno pues te lo decía. Que de niña tenías mala sombra, y que miras con ojos que hacen daño. ¿Crees que a ti no te huele el aliento por las mañanas? O tú qué, ¿no te tiras un pedo cuándo te levantas?.

– No digas tonterias.

– Mira Rosario, si tú estuvieras buenísima, tendrías a tu lado otro tipo de hombres. Eso es así, desengañate. A cada uno le toca en justicia lo que le tiene que tocar. Y a ti te he tocado yo.

– Lo que tú digas, bonita.

Esa distancia que pones entre el mundo y tú, se llama arrogancia, mucha arrogancia. Y la gente arrogante se queda sola.

 

Una palabra tuya (2008)