Vivimos muy rápido.

Ya no respiramos lento,
ya no nos sentamos frente al mar
sin esta necesidad de decírselo a alguien.

Lo queremos todo ya y aquí,
aunque «Ya y aquí» quiera decir
mal y de perfil.

Nos contamos cosas
a través de pantallas heladas
y temblamos más con una batería baja
que con un susurro en la nuca.

Si nos tropezamos,
agarramos más fuerte el móvil
que la mano del de al lado.

Nos hacemos fotos sin pensar
que el corazón más importante
es el que está tras las pestañas
y no los ojos que hay debajo.

Preferimos mil «Me gusta» en la nube
que un «me gustas» en el ombligo.

Valoramos a la gente
por el ejército que tiene detrás
sin preocuparnos ni un segundo
de los principios de un capitán.

Nos repetimos que dormir solos
no está tan mal,
convencidos, de que las defensas se bajan
mientras lo hacemos.

Como si dejar que alguien entre
no sea lo mejor
que les puede pasar a tus piernas.

Nos traen el desayuno a la cama
y corremos a inmortalizar el momento
en vez de tirarlo todo por los aires
y engancharnos como koalas
al portador.

Tiramos el amor a estornudos,
como si siempre fuese a haber más en la reserva.

Le ponemos barreras tan altas
porque de pequeños nos dijeron
que podía con todo.

Y a lo peor pueda saltarlas, pero
¿cómo quedará lo que consiga pasar?

No nos dejamos tiempo
para echarnos de menos,
y en los abrazos
ya ni cerramos los ojos.

Nos queremos mal.
Y rápido.
Y mal.

Nos conformamos.

Y no, así no.

Yo no.

Ya no.

Patricia Benito